Nuestra sociedad está como una cabra y no lo digo por decir. Todos los días hacemos barbaridades, contra nosotros mismos, contra animales, contra nuestro planeta, y la mayoría de las veces lo vemos como algo normal. Lógicamente no hablo de casos aislados de personas que incumplen la ley de innumerables formas (a algunos de esos yo los dejaba pudriéndose en algún pico de montaña), hablo de nuestra sociedad en su conjunto. Por ejemplo, ¿que estamos destrozando el planeta? pues vamos a liarla parda soltando misiles y bombas allá por Ucrania. Que sí, que sé que eso es cosa de Putin y de los hijos de putin que le siguen, pero el resultado es el mismo. La sociedad está como una cabra.
Podríamos seguir hablando del Kremlin, de las atrocidades que está cometiendo el ejército ruso y de otras barbaridades que hemos hecho nosotros, los humanos, como sociedad, pero la realidad es que aunque una guerra, o un genocidio, es una auténtica catástrofe que deja a la raza humana a la altura del betún (pobre betún por cierto), es algo que siempre afecta a los mismos, al pueblo, mientras “los señores de la guerra” se siguen haciendo de oro.
Y con esto no quiero quitarle importancia a lo que está ocurriendo, o a lo que está por llegar (ni muchísimo menos) pero quiero hacer más hincapié en que esos mísiles que matan a cientos de personas también están matando nuestro planeta, y el día que terminemos de cargárnoslo me temo que ya no habrá nadie que pueda vivir en él.
Selvas de asfalto
Donde antes había campo, ahora hay carreteras, donde antes había selva, ahora hay miles de hectáreas de árboles talados y donde antes había lagos rebosantes de vida ahora hay pequeñas lagunas en el mejor de los casos, y en el peor tierra seca y árida.
Cuando apareció el covid19, y dejando a un lado todas las conspiraciones que muchos llegaron a pensar e inventar, cientos de científicos explicaron lo que había pasado como un salto de la naturaleza por su propia supervivencia, y no hablo de que un ente llamado “madre naturaleza” haya cobrado consciencia y nos haya enviado el covid19 para matarnos a todos ni mucho menos, la explicación es mucho más sencilla que todo eso. Mientras que los humanos expandimos nuestro reino, comiendo terreno a animales, flora y fauna por doquier, el resto de seres vivos busca su propia supervivencia y, si ya no hay campos, selvas o lagos ¿dónde la van a buscar? Pues en el único lugar donde pueden encontrar comida y agua: la ciudad.
Seguir expandiendo las ciudades hacia las afueras robándoles el hábitat natural a los animales que habitan en esas áreas trae como consecuencia que esos animales se acerquen, cada vez más, a los núcleos de las ciudades y eso es precisamente lo que muchos científicos opina que ocurrió con el covid19. Tal vez un murciélago con coronavirus se acercó al mercado de Wuhan, buscando refugio, alimentos o agua, tal vez mordió a un cerdo y tal ves ese cerdo sirvió para alimentar a una familia en Wuhan. Y así, ese coronavirus pasó del murciélago al cerdo, mutando, y luego del cerdo al humano, volviendo a mutar, y así nació el covid19.
Estamos destruyendo el planeta, obligando a miles de especies de animales a adaptarse a nuevos entornos, acercarse a las ciudades o a desaparecer, y eso provoca consecuencias. Si a eso le sumamos que las zonas que aún no hemos destrozado están enfermas por culpa de la polución ¿qué nos queda?
En Madrid llevan años quejándose de las aves en general y de las palomas en particular porque su proliferación supone una incomodidad para los vecinos y un posible problema de salud. Y es que como nos indican desde Control de Aves en Madrid, las palomas urbanas pueden traernos enfermedades como encefalitis virales, criptococosis o el ya conocido E. Coli, una bacteria que puede causar estragos en grandes cantidades a ancianos y niños pequeños. ¿Y pensamos que es culpa de las palomas que infestan nuestras calles? Tal ves la culpa sea nuestra y no de ellas, pero mirarse el ombligo cuesta mucho. Es demasiado duro para algunos.
Pero no son solo las aves, en el norte de España cada vez hay más avistamientos de jabalíes campando a sus anchas por las calles de las ciudades buscando alimentos, sobre todo por las noches, lo que pasa es que con ellos no nos metemos porque nos parecen menos peligrosos (a no ser que uno te enfile y acabes embestido como un torero en el ruedo), pero esos animales solo buscan sobrevivir, como lo haríamos nosotros mismos en caso de necesidad.
Y si somos nosotros, los humanos, quienes estamos provocando todo eso ¿no es normal pensar que no nos merecemos ni la más mínima compasión? Veo a los niños y niñas inocentes jugar en parques, ajenos a todos estos problemas, y me entristezco de pensar el mundo que vamos a dejarles… un mundo que cada vez sufre más catástrofes naturales porque el clima se ha vuelto loco, un mundo en el que cada día faltan más especies de animales porque se extinguen, un mundo en el que hay ciudades en las que es casi imposible respirar por culpa de la gran cantidad de CO2 que acumulan, un mundo en el que bañarse en una playa limpia será completamente imposible al ritmo que llevamos.
Y estamos todos consternados con la guerra de Ucrania, y es normal porque es una locura lo que está pasando allí, y todos temblamos con la idea de que esa guerra pueda extenderse a Europa, a la OTAN, y entonces todos nos veremos envueltos en una tercera guerra mundial que nadie quiere, y es normal que tengamos miedo ante eso que, si ocurre, sería como firmar nuestra sentencia de muerte a todos los niveles, pero la realidad es que aunque no ocurra, el bolígrafo de la mano que firma esa sentencia de muerte ya ha empezado a posarse en el papel para dejar la rúbrica y nosotros no nos damos cuenta.